En las últimas décadas vivimos a diario con prisa y, por ello, comemos con prisa: delante del ordenador, en el coche, caminando, frente a la televisión… Eso se ha traducido en una dieta hiperproteica e hipergrasa fuera pero también dentro de casa, con el consiguiente aumento del sobrepeso y la obesidad, así como patologías cardiovasculares. El problema en el fondo no es el tiempo, sino la comida procesada que compramos cada vez más frecuentemente porque no tenemos tiempo para adquirir productos frescos y cocinarlos. Este hábito nos hace consumir un mayor número de calorías y, a la vez, alimentarnos de forma menos sana.
Como reacción contra ello ha surgido un movimiento que reivindica el slow food frente al fast food. Los medios de comunicación han asociado el slow food al turismo y a los buenos restaurantes, por lo que muchas personas creen que este movimiento es un lujo. Lujo que solo pueden permitirse aquellos que han renunciado a la ciudad y han huido a un idílico pueblo en el que cultivan sus propias verduras o bien aquellos que tienen tiempo y dinero para disfrutar de una comida larga y copiosa en un lugar precioso durante las vacaciones.
Además, la concepción sobre lo que es fast food también está equivocada. Se piensa que fast food es la comida –hamburguesas, pizza, sándwich o sushi- que compramos para comer rápidamente o cuando no tenemos tiempo ni ganas de cocinar algo para cenar. Cuando el elemento que realmente debemos tener en cuenta para distinguirlos es la salud, no el tiempo. Como han demostrado documentales como Super Size Me, que hacía un seguimiento de los kilos que una persona engordaba si se alimentaba solo de hamburguesas durante un tiempo debido a la cantidad de grasas saturadas que contiene este plato si procede de determinadas cadena de alimentación, o campañas como la del cocinero británico Jamie Oliver, que sacó a la luz los procedimientos químicos utilizados por estas empresas, lo importante es el daño a la salud que causa la comida rápida. Es decir, el problema no es que esa persona para la que la comida es solo un combustible para continuar trabajando se coma un sándwich, sino cómo está hecho y de qué, y si cada día consume lo mismo cuando existen a su alcance tantas alternativas rápidas de alimentarse de forma variada, nutritiva, saludable y rápida.
El movimiento slow food surgió en Italia en 1986 como protesta contra las multinacionales de la alimentación que no solo uniformizan la alimentación imponiendo los mismos productos a todo el mundo, incluso en países con una gran tradición gastronómica y buenos productos, sino cuya consecuencia es el aumento de la obesidad entre una población que no consume las vitaminas y nutrientes que debería. Lucha por recuperar el sabor y la biodiversidad en una sociedad dominada por el estrés y las prisas y pone en valor la gastronomía como parte del patrimonio cultural de una sociedad.
La pregunta de fondo que surge es ¿comer alimentos cocinados fuera de casa es siempre malo? Obviamente, no. Y no es necesario ir a un restaurante con estrella Michelin para asegurarse. Si el establecimiento, que puede ser un puesto en la calle o un restaurante en un centro comercial, sigue las pautas de utilizar productos buenos y sanos no es fast food. Buenos en el sentido de agradar al sentido del gusto y sanos por ser saludables en su producción y para el cuerpo humano al aportar el equilibrio de nutrientes que éste necesita. Afortunadamente, cada vez hay restaurantes preocupados por ofrecer a sus clientes unas raciones adecuadas, que respeten el equilibrio nutricional entre hidratos, proteínas y grasas, y que incluyan frutas y verduras frescas.
Los mandamientos del slow food:
1.- Respeta la comida
No es combustible para tu cuerpo. Es un recurso natural. Tómate tu tiempo para saborearla, sin la distracción de la televisión. Cuando no prestas atención a lo que comes, comes de más.
2.- Compra a pequeños productores
Visita los mercados. Siempre encontrarás productos frescos y de temporada. Además de que serán alimentos producidos cerca de tu lugar de residencia, pagarás menos.
3.- Piensa bien antes de comprar.
Elige bien cuando estás en el supermercado. Lee las etiquetas para evitar los productos con muchos aditivos, conservantes, sal o alimentos procesados como harina blanca y sirope de maíz. Compra primero los productos frescos antes de pasar por las estanterías de los cereales y las galletas. Evita todos los productos envasados que puedas (salsas, bebidas…) y los congelados también. Prepara en casa tus propios aliños y bebidas.
4.- No te dejes llevar por los descuentos.
No lleves a casa más cantidad de alimentos recompensa como patatas fritas, pizzas o bollería industrial solo porque estén de oferta si compras más de uno. Conviértelos realmente en recompensas que solo comes de vez en cuando.
5.- Lleva comida de casa al trabajo.
Si comes en el trabajo la comida que te llevas de casa consumes de media unas 150 calorías menos que si comes fuera o compras algo preparado.
6.- Come con tu familia.
No comas solo. Reúnete con tus seres queridos para comer o cenar. Muchos ancianos que viven solos están desnutridos porque no comen equilibradamente. Un ambiente social sano también evita que comamos de más.
7.- Cocina
Si encuentras tiempo para ir a correr o al gimnasio, encuentra tiempo para cocinar, al menos un par de días a la semana. Tiene más importancia para tu salud y tu bienestar que cualquier otra cosa.